Por Aleyda Spetnagel
Siempre es de mucha bendición cuando en nuestra
iglesia se celebran bautismos. Los corazones de los miembros se llenan de gozo y alegría al saber
que otros hermanos están cumpliendo con este mandato. En lo personal, en estos bautismos hubo algo
diferente que me llenó doblemente de bendición y
alegría. Ya que entre los candidatos a ser bautizados se encontraba una de las
personas más importantes en mi vida: mi padre. Por el cual
por muchos años oré al Señor para que mi padre
un día se rindiera a los pies de Cristo. Y mi Dios que es tan grande y
maravilloso, supo dar respuesta a su tiempo a esta oración. Me permitió ver el cambio, la transformación y sobre todo el gozo que ahora experimenta mi
padre.
Hay un canto que la iglesia entona cuando cada uno de
los hermanos son bautizados y en la letra se refleja el deseo que hay en sus
corazones. El canto dice,
“Soy bautizado como manda el
Salvador, que grande gozo siento yo en mi corazón; ya mis maldades las borró mí Salvador, quiero llegar puro y limpio a su mansión.
Seguiré a mi Jesús, pues para mi lo del mundo se acabó y ayudado de su luz
proseguir en sus caminos quiero yo. Adiós mundo que hasta ayer estuve en ti,
donde el pecado destruía mi vivir, yo siento gozo desde que me bautice y de
volver a pecar mejor morir.”
Al ver a estos
hermanos pasar por las aguas del bautismo nos llena de mucha satisfacción,
porque sabemos que para ellos esto representa dejar al mundo atrás y servir solamente
a Cristo.
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